06 abril 2009

tecnología del compromiso

Otro apartado del libro de Punset que me ha resultado interesante, especialmente para gente que, como yo, está con grandes incertidumbres respecto a su futuro cercano.


"Bastarán dos ejemplos de lo que Avner califica de tecnología del compromiso. 'Renunciaré a los ingresos de unos cuantos años, pero esto me conducirá a la obtención de un título profesional o académico. Este título me dará la posibilidad de tener una vida más interesante, de ser rico y, también, de seducir a la pareja que quiero'. Otro ejemplo más trivial: 'Esta noche, en lugar de ir a la discoteca, me quedo en casa repasando tareas para asegurarme de que la semana que viene aprobaré el examen'.

En parte, la sociedad constituida suministra las herramientas necesarias para solucionar este problema mediante un entramado de tecnologías del compromiso, que aportan pautas para tomar decisiones. Así que si nos preguntamos '¿y ahora qué?', no tenemos que sacar la calculadora y empezar, cada vez, a sopesar los pros y los contras de todo. Vamos a la universidad, nos casamos, tenemos un hijo. Se nos dice cuándo es más sensato hacer un sacrificio para ganar algo en el futuro.

Pero la abundancia de opciones característica de los tiempos modernos ha trastocado estas tecnologías del compromiso. Nuestros antepasados barajaban un número misérrimo de opciones que exigían cambios exiguos en sus tecnologías del compromiso. La prosperidad económica provoca, en cambio, un flujo de novedades y nuevas recompensas a cuál más atractiva.

Poco a poco, se asienta una programación mental distinta para valorar las cosas que están inmediatamente al alcance de la mano, comparado con el valor de las cosas mucho más remotas. Las nuevas prioridades y valores afectan a los bienes y valores preexistentes. Es decir, la multiplicidad de opciones cambia el modo en el que escogemos y obliga, constantemente, a alterar el orden de prioridades en la tabla de compromisos.

En ese trasiego transcurre gran parte de la vida de la pareja, incluidas las locamente enamoradas. Las incorporaciones al trabajo y los cambios de actividad truncan la compartimentación de estructuras de asignación de tiempo largamente enraizadas; la incesante movilidad geográfica activa nuevos apegos que arrinconan a los antiguos; las exigencias de la educación de los hijos, a medida que se aproximan a la pubertad, provoca separaciones traumáticas en el entorno familiar; las hipotecas asumidas para mejorar el lugar de residencia obligan a expurgar compromisos menores o a asumir el pluriempleo; el aumento de los niveles de deuda a los máximos permitidos legalmente convierte en cuestión de vida o muerte el reparto de las fuentes tradicionales de ingresos como las herencias, distorsionando la naturaleza de los lazos familiares que antaño parecían intocables.

Las demandas personales crecientes sobre recursos y afectos limitados, movidas por la estrategia de compromisos, conforman la vida en un mar de confrontaciones. Parece sensato deducir que la abundancia de opciones degrada el concepto de prudencia al que me refería antes. Si las novedades llegan muy rápidamente, distraen de los objetivos a largo plazo. La abundancia produce ansiedad y la ansiedad reduce el bienestar.

La solución no radica en disminuir el número de nuevas opciones, como que los hombres cuiden de los niños, sino en tamizarlas y cuestionar algunos de los viejos compromisos adquiridos, como que las mujeres se cubran la cara con un velo. Se trata de un cambio cultural que, como todos los cambios culturales, da muestras de una morosidad casi genética. Un ejemplo que afecta a toda la sociedad ilustra sobre la naturaleza de estos cambios. Se trata de la incorporación de la mujer al trabajo y de la educación emocional de los hijos.

La incorporación de la mujer al trabajo no es sólo una de las grandes conquistas del ejercicio de las libertades individuales, sino una condición sine qua non para poder competir en la economía mundial. La consecución de este activo ha cuestionado el compromiso, muy extendido en las sociedades tradicionales, de que la educación emocional de los niños correspondía, primordialmente, a las mujeres. La incorporación de la población femenina al trabajo desguarnecía, pues, uno de los compromisos heredados.

Dado que las dos exigencias son irrenunciables -la incorporación de la población femenina al mundo laboral y la educación emocional de los niños-, resulta evidente que la nueva situación obliga a replantear el orden de los asuntos en la tabla de compromisos y, sobre todo, a diseñar nuevos caminos estratégicos para conciliarlos. Son procesos graduales, extremadamente complejos que, en este caso particular, comportan cambios de mentalidad en la población masculina, como asumir que la educación es un problema que incumbe a toda la sociedad y no sólo a los maestros y a las madres; reformas importantes de las políticas de prestaciones sociales y cambios en el orden de prioridades de la política, incluida la política científica y cultural."


¿...opiniones?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No creo que el número de opciones condicione el método de elección. La revolución espacial que vivimos ha modificado nuestra forma de vivir, no nuestra forma de decidir.
Los crecimientos económico y social han dado opción a nuevos estilos y formas de estudiar, trabajar y vivir: la globalidad cultural posibilita formas de vida nómadas adaptadas al siglo XXI, es posible formarse en diferentes países y trabajar por períodos cortos de tiempo en zonas del mundo distintas y ello, consecuentemente, genera nuevas formas de relación, ¿qué opciones tiene la implicación afectiva largoplacista en horizontes temporales de 2 ó 3 años? ¿qué sentido tienen las formas tradicionales de acumulación de capital -vivienda, vehículo, tecnología- en un contexto de movilidad residencial continuo?
Evidentemente las opciones nuevas han generado formas de vida distintas, pero no formas de decidir distintas.
Una persona centrada en el desarrollo de una intensa carrera profesional global y sin intención de formar una familia estable o, adicionalmente, sin apego físico a su familia o su comunidad, dispone de un nuevo tablero de juego, más interesante y atractivo que el que jugaron idénticos perfiles hace años, y al revés: la existencia de nuevas opciones de movilidad y vida estimula e incentiva el desarrollo de este tipo de personalidades.
Sin embargo, las personas con gran apego emocional a la familia y la comunidad, aún disponiendo de estas opciones, acomodarán su desarrollo profesional y personal maximizando su felicidad y su bienestar. Que los viajes al Caribe estén al alcance de todo el mundo no significa que no prefiera irme a mi casa a tomar el sol. La idea que subyace a mi argumentación es esa: el mundo me permite hacer mil cosas, pero yo haré la que me hace más feliz, no necesariamente la más sofisticada.
No son las opciones las que nos condicionan, las posibilidades nos hacen libres para el máximo desarrollo de nuestra personalidad y para adaptar nuestra vida a nuestro modelo de vida ideal. Crecer es decidir y decidir es renunciar, la multiplicación de opciones multiplica también las decisiones que se han de tomar, pero no la forma de hacerlas. Muchas posibilidades implican muchas elecciones, y muchas elecciones muchas renuncias. Sólo disponemos de una vida, no podemos jugar a vivir diferentes vidas. Puedo quedarme o irme a estudiar fuera, cada opción implica múltiples renuncias, puedo trabajar en una multinacional y que me destinen cada 3 años a un país distinto o puedo emprender mi propio negocio aquí, puedo mantener relaciones esporádicas con muchas personas a lo largo de mi vida o puedo hacerlo sólo con una. Puedo optar por desarrollar una carrera profesional de alto nivel o puedo apostar por una vida personal y familiar de máxima satisfacción. Las combinaciones son enormes, las elecciones también pero las prioridades son las mismas: cada uno decide aquello que le hace más feliz.
La madurez, la reflexión, el sentido común y el egoísmo son las variables personales que intervienen, no hay más ciencia. Comprender las incompatibilidades, entender y asumir los riesgos, aprender a vivir con perspectiva, combinar ambición y felicidad son la información básica que se tendrá en cuenta a la hora de decidir. Pero no decidimos diferente a como lo hicieron nuestros padres. Haremos lo mismo, aquello que nos hace más feliz dentro de nuestra posibilidades, que son mayores, pero no por ello mejores o peores.

Somos una generación más informada pero más infantil. Vivimos al amparo emocional y económico de nuestros padres, no hemos sido coetáneos de grandes cambios sociales, ni el mundo nos ha exigido grandes compromisos cívicos, más que nunca nuestro motor de decisión es nuestro egoísmo, puro y retro- alimentado.
Hemos crecido viendo películas y admirando a los ídolos que nos enseñan que el éxito pasa por el reconocimiento social, que el trabajo tiene como objetivo el máximo del desarrollo profesional, que la felicidad pasa por ser el mejor en nuestro campo y que abandonar el juego de la competencia laboral es sinónimo de fracaso.
Y, sin embargo, la felicidad se mueve en niveles diferentes. Nuestra libertad, fruto de las posibilidades nuevas, aderezada con nuestra inmadurez y nuestro egoísmo no nos sirve para ser más felices, sólo para tener más preguntas que, como es muy típico en nuestra generación, esperamos que otros, cuando no el tiempo, respondan por nosotros.
Mi opinión es esta: las personas decidimos siempre de la misma forma, ordenamos las opciones de menor a mayor utilidad, valorando en función de nuestras preferencias y nuestro conocimiento y nos quedamos siempre con la que mayor utilidad nos proporciona. Nos equivocamos, pero no por haber elegido mal, sino por desconocer las implicaciones de nuestras elecciones: eso tiene que ver con nuestra capacidad intelectual como decisores.

MaRoDi dijo...

Yo creo que habernos educado en una época de grandes cambios, de apertura de posibilidades, y sobre todo en una época en la que se veía que con esos cambios se podía vivir tan positivamente como con lo tradicional, o incluso mejor, puede habernos creado un escepticismo profundo que impide mantenerse en los "compromisos" que uno mismo adquiere (la carrera, las personas con las que nos relacionamos, etc). En medio de este escepticimo... ¿qué nos queda para elegir una cosa u otra? Creo que ahí entra el egoísmo que mencionas: puesto que no puedo fiarme de lo establecido, me fío solo de lo que me gusta o me apetece. Lo que ocurre es que esto, en un momento en que no sabes qué te gustará más, puesto que tienes que tomar decisiones que definirán tu futuro que aún no conoces, tampoco te vale para decidir.

Además, está lo que mencionas: nos han vendido que para ser feliz hay que ser el mejor, y ¿cómo ser el mejor si tus decisiones no te llevan a aquello para lo que tienes mejores aptitudes -las cuales, tampoco conoces del todo-? Y en el campo personal, ¿cómo saber si la persona con la que piensas establecer un compromiso duradero no te supondrá un handicap en el futuro?

El ordenar las opciones de menor a mayor, valorar, etc. tampoco creo que valga siempre. ¡Estaríamos más tiempo valorando que haciendo! y, en consecuencia, no produciendo nada. Elegir no es el fin, sino el inicio.

La solución, creo yo, está en confiar. Confiar en nosotros y en los que nos rodean, considerar a los que nos preceden (las tecnologías del compromiso) y decidir una vez y no desesperar.

Tampoco debemos olvidar que el objetivo sobre el que tenemos capacidad de eleción no es tanto un fin concreto, sino un camino.

"Si las novedades llegan muy rápidamente, distraen de los objetivos a largo plazo. La abundancia produce ansiedad y la ansiedad reduce el bienestar" dice el libro. Las novedades son los elementos a añadir a nuestros objetivos a largo plazo, de manera que sumen, que aumenten la calidad de éste. Ahí estará, creo yo, el indicador de la decisión acertada.

Anónimo dijo...

Voy a tocarte un solo tema de los que menciona el texto. Ya me meteré en otro, no te preocupes.

A mi me vendría bien eso de tener claros mis objetivos. Eso del bombardeo de opciones me perjudica. Pero eso es cosa mia. Ya me conoces, me gusta leer, la política, el deporte, las artes marciales, la fiesta... Y sobre todo la astronomía, pero aún así, me gusta tanto picar de todas partes que termino haciéndome un barullo y no haciendo nada. Tengo claro como quiero terminar, pero a veces la cantidad de opciones que plantea la vida y el momento me vencen. Adoro ser libre, estar este año en Inglaterra y vete tu a saber donde dentro de dos, sin ningún apego familiar. Respecto a esto, agradezco la gran cantidad de opciones que este nuevo mundo nos abre y la posibilidad de no quedarme en mi Toledo, donde se HA DE SER tranquilo, con novia más que formal y con trabajo a los veinticuatro años ya cumplidos si quieres ser un Toledano de pro.

Sin embargo ahí tienes a mi hermano: Apenas se ha leido un libro en su vida (no exagero), el deporte con cuentagotas y, en genaral es un desinteresado por todo. Tiene novia desde los 14 y terminará casándose con ella y viviendo en toledo tranquilamente salvo naufragio titánico. Será maravillosamente feliz. Tiene claro que quiere ser médico y se pasa todo el dia estudiando para ello. Lo será en tres años y la vida ya la tendra como él siempre ha querido, de una sola dirección. Es símplemente un ejemplo práctico de dos tipos de personas radicalmente opuestas en cuanto a capacidad de toma de decisiones.

Creo que la apertura de las posibilidades viene a perjudicar a personas como yo, un poco más alocadas de lo que pide la sociedad actual (la devoción por encima de la diversidad). Por mucho que se llame al sentido común en las anteriores lineas (la perspectiva de la vida a largo plazo), siempre resulta curioso la cantidad de veces que nos preguntamos qué pasaría si viviésemos un poco mas el dia a dia (vaya "originalidad" la que he soltado). En el plano poetico suele quedar tan maravilloso como repetitivo y vulgar. Pero si se repite es por algo. Un año como el que estoy viviendo (erasmus) se vive así, alocadamente, pero ya estoy un poco cansado y deseo volver al estudio y al trabajo, cosa sorprendente en mi. No de una manera inmediata, pero si clara.

A una cosa se le llama madurez y a otra niñez. Pero a veces echamos en falta la una y a veces la otra. Personalmente, nunca me gusta hablar de cual está por encima, porque me encuentro incapacitado para juzgarlo. Quizá el problema es que sean completamente incompatibles. Normalmente y según la situación, me doy cuenta cuando alguien me reprende por equivocarme de prioridad, pero suele ser ya tarde.

Lamentablemente para los que lean esto no llegaré a ningún punto de vista, soy demasiado dual para ello. No me gusta en general lanzar juicios sobre la forma de vivir correcta en un ambiente determinado. Suelo adaptarme a cualquiera. Como diría nuestro amigo de allá arriba "soy una persona con poca capacidad intelectual decisoria".

Pero ¿Acaso debe ser SOLO esa capacidad la que determine la felicidad o no de una persona?

Perdonadme por ser tam poco filosófico y artista, pero mi forma de ser me lo impide: Necesito ver ejemplos prácticos para sacar preguntas que no conclusiones.

Un saludo y un abrazo chaval, a ver cuando nos vemos. Que me llevaba tiempo sin "blogear", pero ya te imaginas que en un erasmus... No es la prioridad