12 mayo 2008

cementerios

Hoy leo en elpaís.com un reportaje, el cementerio muerto. Habla del cementerio de fisterra, una obra de César Portela del que ya tenía conocimiento y que ya me emocionó cuando se terminó de construir y nos hablaron de él en la universidad.

Siempre he sido reacio a los cementerios; creo que he ido tres veces: dos de visita y una vez a un entierro. Ninguna vez me gustó, en el entierro lo pasé mal. Evité ir la última vez que tuve la ocasión. No fue porque me diera menos lástima la pérdida. Tampoco porque "no tuviera que ir", simplemente podía evitar ir, y lo evité.

Siempre he sido -y por eso me he hecho arquitecto- un amante de los lugares maravillosos, de los espacios con buenos valores, que hagan tu vida mejor, que te hagan estar a gusto sin darte cuenta, y estoy incómodo en los espacios que no son así.

Los cementerios son esos lugares tristes, en un lugar que nadie quiere y un espacio que a nadie le interesa. Los caminos son cutres, las flores deprimentes por su significado y las placas lamentables en su afán por disculpar el escaso valor que se da a lo que ellas ocultan. Se apiña en ellos los cadáveres de los seres queridos como se guarda en un trastero el trasto viejo que nadie quiere usar y que nos negamos a que siga el curso de su vida -pensando positivamente, el reciclaje-.

Yo quiero reciclarme, y que sea rápido: cremación. Es una pena que esté prohibido esparcir las cenizas de humanos en espacios naturales, creo que sería lo más bonito que nos podría pasar. De hecho a mí me gustaría que fuera en el mar (y espero que llegado el momento, quien tenga la potestad para hacerlo, se arriesgue a pagar la multa correspondiente). Nos vemos obligados -por ecología, (creo q es la razón en que se fundamenta la ley, al parecer somos tóxicos una vez quemados) a guardar las cenizas de lo que somos en algún lugar; en casa -no me importaría tener un lugar cuidado en casa de alguien para quien haya significado yo lo suficiente- o bien, si no se da el caso de la liberación de prejuicios respecto a la muerte para que eso se produzca, en un cementerio, lejos de la vida de toda persona viva. Y ahí llego a este cementerio. Naturaleza, dignidad y océano, gran océano libre. No he visto mejor lugar para el -obligado por la ley ya mencionada- eterno descanso.

De ahí que no entienda que siga vacío. Dicen que los habitantes del pueblo no lo solicitan, pero entiendo en el reportaje que de hecho aún no se ha puesto en uso por lamentable burocracia. ¿cómo se solicita ser enterrado en un lugar que no está puesto en uso? ¿esperamos 5 años a que termine la burocracia con el cuerpo en el congelador?. Que acaben ya, y que den un lugar deseable, que haga la visión de estar muerto un poco más agradable.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues a mí me gustan los espacios que acumulan emociones,creo que hay una energía especial en ellos: Siempre había pensado en los aeropuertos o estaciones de tren al pensar en este aspecto, por lo emocionantes que resultan las despedidas y los reencuentros, y también las ilusiones que se llevan en un viaje, pero leyendo esto los cementerios también cumplen esas características, al igual que los hospitales o los cines...

MaRoDi dijo...

Desde luego, debe acumular emociones, pero deben hacerlo otorgando aspectos positivos. La muerte ya es de por sí bastante triste como para intensificarla al ver el penoso lugar que son los cementerios en los que vamos a acabar. Contra eso está la lucha, en mi opinión optimista de la arquitectura, contra el malestar que produce el lugar en sí.

Anónimo dijo...

Marcos, nuestro problema es que tememos demasiado a la muerte. Lo vemos como algo malo, otorgandole cualidades que van más allá de lo natural. La muerte es parte de la vida y hay que verlo así, antes no daba tanto miedo. Antropologicamente la era de la comunicación nos ha cambiado, ahora huímos de la muerte como si de de una enfermedad infecciosa se tratase, antes era algo natural y tardaba menos en asumirse (algo similar a lo que ha pasado con las relaciones de pareja). Y no es que se quisiera menos a las personas que se perdían.

Siempre diré que es irónico el miedo que el no creyente tiene a los lugares sagrados, parece que anhela creer y cree en algo malo, pero eso le pasa también a muchos cristianos manchados con la nueva cultura cultura del miedo. En Oriente, en los pequeños pueblos todavía se ven los cementerios como alimento de la tierra (religiosamente sus antepasados pasan a través de la tierra hasta su alimento y así viven en su descendencia, pero eso es más complicado), plantan sus cereales cerca de ellos y los niños juegan allí. Sacan algo bueno de la muerte, cosa que aqui causaría desagrado y desprecio, cosa que no entiendo.

Sería bonito un cementerío construido por un arquitecto que no quiera llamar a la tristeza, sino a la naturalidad de un hecho que nos atañe a todos.

Personalmente también prefiero que me incineren o donar mi cuerpo a la ciencia, pero no creo que ello deba ser así para todo el mundo.

MaRoDi dijo...

Me gusta. Me gusta la naturalidad del hecho de la muerte y su convivencia en el día a día. Y por eso estoy de acuerdo: deben hacerse lugares bonitos y alegres para el "eterno descanso" y de ahí mi crítica a los cementerios "típicos" que llenan de tristeza con solo pisarlos.

La convivencia con nuestros difuntos sí, es cuestión de costumbres, pero también la contemplo (sin ir más lejos, ya hablé en el artículo de la posibilidad de que alguien guardara mis cenizas en casa -¿en el salón?). En realidad me parece muy bonito el poder convivir los q están con los que estaban, sin miedo ni repulsa. Lo natural no hay que evitarlo, hay que asumirlo (sin fanatismos religiosos tipo "no se puede investigar con células madre" o "no se puede cambiar cosas para prolongar la vida", que no quiero decir eso).

Volviendo al mar -por la situación del cementerio de Fisterra-, creo que debe ser como me decía mi profesor de navegación sobre él: no hay que tenerle miedo, sino respeto.